Pretender ver reflejado en la retina de un individuo muerto
las últimas imágenes que captaron sus ojos puede parecer ciencia-ficción, pero
no es tan descabellado.
Eso precisamente es lo que se intentó hacer en el caso de la
joven Teresa Hollander, de 20 años, la cual fue encontrada muerta en un
cementerio tras recibir una paliza. Sus ojos seguían abiertos cuando la
encontraron, y su familia se aferró a la idea de que sus ojos reflejarían la
cara de su posible asesino, por lo que se intentó imprimir una fotografía de
sus retinas.
No es una idea descabellada de una familia desesperada. De
hecho, la idea la dio un oculista del pueblo, basándose en la ciencia de la
optografía, una ciencia que unía biología y fotografía, basándose en el hecho
de que una cámara fotográfica funciona de forma similar al ojo humano. La
teoría era que la retina humana, tras morir, podría mantener la última imagen
vista “guardada”, algo que ayudaría mucho en los casos de asesinato… pero las
cosas no son tan fáciles.
La ciencia de la optografía: Un intento de ver lo mismo que
vieron los muertos
Los experimentos basados en la ciencia de la optografía,
donde se pretendían recuperar las últimas imágenes de la retina de un individuo
fallecido (optogramas) empezaron en el siglo XIX, concretamente en el año 1876,
de la mano de Franz Cristiano Boll. Este fisiólogo descubrió la “púrpura
visual“, un pigmento que se encontraba en la zona posterior del ojo y que
blanqueaba con la luz y se recuperaba con la oscuridad. Hoy en día lo llamamos
rodopsina.
Posteriormente, el fisiólogo Friedrich Wilhelm Kühne, de la
Universidad de Heidelberg, se propuso estudiar este pigmento e ideó una forma
de fijar la rodopsina blanqueada del ojo con el fin de desarrollar una especie
de “calco” de imagen. Su experimento tuvo cierto éxito en conejos albinos, de
los cuales consiguió sacar una imagen que podría ser la ventana de barrotes a
la cual miraba previamente a ser decapitado con los ojos abiertos. La rodopsina
(el pigmento blanco) se depositó y se podía visualizar un patrón de tres
barras.
El extremo izquierdo muestra una retina de conejo sin optograma, solo con vasos sanguíneos y fibras nerviosas. El central proviene de un conejo que se quedó mirando una ventana de arco y el extremo derecho de un conejo que contempló tres ventanas.
De hecho, el único optograma humano conocido lo obtuvo el
propio Kühne el 16 de noviembre de 1880. La víctima en cuestión fue Erhard
Gustav Reif, un condenado a muerte por haber ahogado a sus dos hijos. Tras su
decapitación por guillotina, Kühne tomó la cabeza del hombre y creó un
optograma de su retina en apenas 10 minutos. La imagen resultante deja mucho
que desear y es bastante ambigua, como podréis comprobar:
El fisiólogo nunca describió qué podía ser la imagen, aunque
la gente ha interpretado el dibujo de muchas formas: Desde la forma de una
guillotina (la que le decapitó) hasta los pasos que dio el hombre antes de
llegar a su terrible final. Ambas suenan a fantasía, más si cabe sabiendo que
el ejecutado tuvo los ojos vendados previamente a su muerte.
Aún así, la ciencia de la optografía continuó y pasó a
formar parte de la ficción de la mano de Julio Verne en su libro “Los hermanos
Kip“ (1902). Los protagonistas de su historia son falsamente acusados de
asesinato del capitán de su barco, y un amigo del difundo pide usar la
optografía. Gracias a un microscopio se vislumbran las caras de los asesinos
reales, “dos mineros malvados”, y los hermanos son puestos en libertad.
Décadas después han seguido apareciendo titulares
sensacionalistas en los periódicos sobre las bondades de la dudosa ciencia de
la optografía. Incluso se han implementado en ciencia-ficción, apareciendo en
series como el Doctor Who o Fringe.
Por desgracia, esta dudosa ciencia no ayudó a la joven
Teresa Hollander. El principal sospechoso era su ex-novio, que tras ser juzgado
hasta dos veces, fue encontrado no culpable.
Fuente:Omicrono